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Se trata de una variedad autóctona de la Rioja que ha estado en peligro de extinción. Hasta finales del siglo XVIII, fue la variedad mayoritaria en la parte occidental de la Rioja alavesa.

Es el secreto mejor guardado de los reservas y grandes reservas riojanos, a los que combinado entre un 5% y un 15%, confiere una gran longevidad.

Debe realizarse un aclarado de racimos en verde. Su vendimia es tardía, hacia finales de octubre, cuando la insolación comienza a arrebatar el color anaranjado de sus pámpanos para dotarlos de tonalidades rojizas. Cuando presume su madurez óptima, la piel de la uva sufre una mutación y pasa de ser dura a blanda, mientras en su interior los azúcares experimentan una rápida subida.

Es en la fermentación maloláctica donde su gran acidez, debida a la abundancia del ácido málico, le permite realizar una extraordinaria metamorfosis, donde desdobla con gran virulencia todos los azúcares y ácidos del vino. Su personalidad en la fermentación está fundada en la aparición de los lactatos, que le otorgan ese fuerte aroma luengo y refinado de pastilla de café con leche, que a lo largo de los años, irá ensamblándose hasta evolucionar hacia el típico aroma de leña vieja que le comunica con el linaje de su antigua estirpe.

Le cuesta mucho madurar en la botella donde con el paso de los años irá ganando en complejidad.

El vino de Graciano tiene mucha acidez, por lo que resulta muy valioso para corregir la menor acidez del tempranillo. Gran parte de esta acidez contiene ácido málico, que en su transformación se convierte en ácido láctico. Con el paso del tiempo este ácido láctico se esterifíca formando lactatos, que son los responsables de esos deliciosos aromas lácteos de mantequilla fina, pastilla de café con leche, suavidad en boca y tactos aterciopelados. Su “gracianidad” es su hecho diferencial frente a la tempranillo, la garnacha, o la mazuelo.

Sus matices personales se aprecian mejor sin contacto con la madera.

El graciano resume como ninguna otra variedad el carácter artesanal y sano del vino riojano.

100% monovarietal de Graciano.

 

 

14,5% Vol.

 

Suelo arcilloso – calcáreo con orientación sur.

 

Fermentación tumultuosa, de 20 a 30 días a 26º.

Maloláctica en barricas de roble francés, donde reposa 3 meses lentamente.

 

Trasegado, prolonga su estancia en barrica de roble francés tostado más de 6 meses, controlado y vigilado por el bodeguero.

En botella, permanece en los calados de la bodega durante mínimo 12 meses.

 

 

Es un vino que se mantiene mejorando sus características entre 15 y 20 años.

 

 

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Se trata de una variedad autóctona de la Rioja que ha estado en peligro de extinción. Hasta finales del siglo XVIII, fue la variedad mayoritaria en la parte occidental de la Rioja alavesa.

Es el secreto mejor guardado de los reservas y grandes reservas riojanos, a los que combinado entre un 5% y un 15%, confiere una gran longevidad.

Debe realizarse un aclarado de racimos en verde. Su vendimia es tardía, hacia finales de octubre, cuando la insolación comienza a arrebatar el color anaranjado de sus pámpanos para dotarlos de tonalidades rojizas. Cuando presume su madurez óptima, la piel de la uva sufre una mutación y pasa de ser dura a blanda, mientras en su interior los azúcares experimentan una rápida subida.

Le cuesta mucho madurar en la botella donde con el paso de los años irá ganando en complejidad.

Con el paso del tiempo el ácido láctico se esterifíca formando lactatos, que son los responsables de esos deliciosos aromas lácteos de mantequilla fina, pastilla de café con leche, suavidad en boca y tactos aterciopelados. Su “graciandad” es su hecho diferencial frente a la tempranillo, la garnacha, o la mazuelo.

Sus matices personales se aprecian mejor sin contacto con la madera.

El graciano resume como ninguna otra variedad el carácter artesanal y sano del vino riojano.

100% monovarietal de Graciano.

 

 

14,5% Vol.

 

Suelo arcilloso – calcáreo con orientación sur.

 

Fermentación tumultuosa, de 20 a 30 días a 26º.

Maloláctica en barricas de roble francés, donde reposa 3 meses lentamente.

 

Trasegado, prolonga su estancia en barrica de roble francés tostado más de 6 meses, controlado y vigilado por el bodeguero.

En botella, permanece en los calados de la bodega durante mínimo 12 meses.

 

 

Es un vino que se mantiene mejorando sus características entre 15 y 20 años.